jueves, 13 de mayo de 2010

La Capilla Sixtina y sus secretos cabalisticos

Roy Doliner, nacido en Nueva York pero residente en Roma, donde estudia religiones comparadas e Historia del Arte, y el rabino Benjamin Blech reconocida autoridad internacional entre los líderes judíos y profesor de Talmud desde 1966 en la Universidad de Yeshiva (Nueva York)– han publicado un libro titulado The Sistine Secrets. Michelangelo’s Forbidden Messages on the Heart of the Vatican. (Los secretos de la Capilla Sixtina).

Ambos son judios y en sus estudios se dieron cuenta de que Miguel Ángel plasmó su conocimiento del judaísmo y de sus símbolos místicos en los muros de la capilla, oponiéndose a las enseñanzas eclesiásticas de su tiempo. Según esta interpretación, toda la Capilla Sixtina es una crítica a la corrupción espiritual del Vaticano y una denuncia oculta contra las autoridades eclesiásticas de entonces por no reconocer los orígenes judíos del cristianismo.
En la inmensa bóveda de la Capilla Sixtina –explican Doliner y Blech– no hay ni una sola figura cristiana y dominan los temas judíos. Se debe a que el maestro quería criticar la forma vergonzosa en la que el Vaticano había perseguido a un pueblo que Miguel Ángel consideraba hermano, el mismo del que vino el Salvador, el mismo que había ofrecido a Occidente las bases místicas de la Cábala y el mismo que, por tanto, también formaba parte del misticismo cristiano y del Renacimiento. En el Juicio, Doliner y Blech se han percatado también de la presencia de dos judíos salvados, distinguidos por la mirada de un ángel (a su vez, señalado por el brazo alzado de Cristo), que portan las vestiduras impuestas por el Vaticano como símbolo de vergüenza.
Juan Pablo II pidió a tres rabinos que le bendijeran siguiendo una vieja tradición que se usaba ya en el Tabernáculo del Desierto en tiempos de Moisés y en el Templo de Salomón. Blech fue uno de ellos. Durante esa estancia en el Vaticano, Doliner fue convocado para acompañar a unos rabinos a visitar la Capilla Sixtina porque los guías habituales no sabían resolver sus dudas. Era la ocasión perfecta para poder compartir  las teorias que Doliner tenía  sobre la capilla con aquellos visitantes de excepción, y la aprovecho. 
Se quedaron con la boca abierta. Faltaba solo Blech, porque estaba reunido con la cúpula vaticana. Sin embargo, durante la cena los otros rabinos le hablaron de sus descubrimientos y despertaron tanto su interés que le llamó inmediatamente. De aquel encuentro nació el libro.
Algunos guías, pocos, mencionan que hay un pequeñísimo letrero escrito en la bóveda, junto al dobladillo del traje de Jeremías. Dicen que contiene dos letras griegas, alfa y omega, el principio y el final, uno de los sobrenombres de Jesús. Además, junto a la inscripción podrían estar la firma de Miguel Ángel y la fecha 1508-1512, el período en el que trabajó en la cúpula. Después de la reciente limpieza se ha  visto finalmente la imagen de ese letrero, pero no hay nada griego ahí arriba, ni la firma de Miguel Ángel ni fecha alguna, únicamente hay dos caracteres hebreos: un
alef –aunque escrito con grafismo latino– y un ayin. Se trata de las dos letras mudas
de la lengua hebrea. Existe una única circunstancia en la que se escriben juntas y solo es conocida por los estudiosos del Talmud. Es una forma de expresar que si un solo sacerdote en el Templo Santo no sabe reconocer esta circunstancia, no es merecedor de servir a Dios. ¿Dónde pintó Miguel Ángel estas letras? Precisamente sobre la cabeza de Julio II, indicando: “Este Sumo Sacerdote no es digno”. Este
fue uno de los primeros indicios de los muchos que se fueron desvelando del mensaje oculto. Sobre la cúpula hay más de trescientas figuras. ¿Adivinen qué porcentaje de ellas son cristianas? ¡Cero! El 5% son paganas y el 95%, judías. 
 Miguel Ángel formaba parte del movimiento neoplatónico surgido en la Florencia de los Medici. Aquella corriente quería armonizar la filosofía griega pagana (no la aristotélica, que ya había sido cristianizada, sino la de Platón, a la que se oponía la
Santa Sede) con el misticismo hebreo y con el cristianismo. Quería alcanzar la tolerancia, una interreligiosidad universal. La Iglesia medieval y renacentista se opuso completamente a esta idea. Miguel Ángel no se resignó a dejar de expresar su visión neoplatónica. No era un predicador ni un filósofo, no era profesor ni orador... era un artista.
El único sitio en toda la capilla donde hay una referencia cristiana es el lugar de las falsas lápidas con los nombres de los antepasados de Jesús. Pero por primera vez en la historia del arte un artista se basó para ello en los primeros versos de Mateo,
que encabezó el elenco de ancestros con Abraham y no con Adán, como los otros Evangelios. Sobra decir que todos los nombres de la capilla eran hebreos, por lo que Miguel Ángel concluyó la genealogía en José, no en Jesús. Sin embargo, cuando 22 años más tarde tuvo que pintar de nuevo la pared del altar con el Juicio Final, destruyó aquella cadena de nombres borrando los que había sobre el altar: el Juicio Final es una historia completamente cristiana que habría mancillado su mensaje y prefirió destruirlo. Además, esta vez estaba presionado porque el papa que encargó el Juicio, Clemente VII, era miembro de la casa Medici y, por tanto, tuvo la misma formación neoplatónica que Miguel Ángel. “Conozco tu juego, basta de mensajes hebreos ahora. En el nombre de la familia Medici, pintarás algo cristiano”,
le dijo. Pero Clemente VII murió pronto y Miguel Ángel pudo burlar a otros dos pontífices en la escena del Juicio Final.

Hay más de 400 personajes en la escena del Juicio, todos diferentes, y multitud de mensajes encubiertos. En su madurez Miguel Ángel también trató el tema de su homosexualidad y dejó el retrato de su amante plasmado y oculto entre sus mensajes antivaticanos. Durante la elaboración del Juicio, el artista se apartó definitivamente del catolicismo para hacerse un neoprotestante clandestino. Pasó a formar parte de un movimiento secreto llamado “los Alumbrados” (que no los Illuminati de Baviera). Estos usaban términos españoles, pues surgieron en Nápoles, y estaban guiados por Juan Valdés, gran escritor judío que fue obligado a convertirse al catolicismo para evitar ser juzgado por la Inquisición. En la escena del Juicio hemos encontrado mensajes propios de la filosofía de este grupo, al igual que profundísimos mensajes místicos y cabalísticos. 

En el panel de Adán y Eva y el pecado original, Miguel Ángel manifiesta su conocimiento de los textos judíos pintando el Árbol del Conocimiento como una higuera. De este modo, el fruto que Eva otorga a Adán es un higo y no una manzana, tal y como recoge el cristianismo. Imaginando  que se trata de una manifestación del profundo conocimiento de la Midrash.
Miguel Ángel tenía dos opciones: seguir la tradición consolidada en su tiempo o describir la versión hebrea del episodio de Adán y Eva, desconocida por los artistas de su época (y del presente). Si miramos su obra, Adán y Eva comparten la culpa del pecado original: ambos cogen la fruta de la higuera. Y la serpiente aparece representada según la tradición judía, con brazos y piernas.

A su llegada a Florencia, Cosimo el Viejo, patriarca de los Medici, convirtió a los judíos –para disgusto de las familias antisemitas de los Strozzi y los Pazzi– en el capricho y reclamo de la alta sociedad florentina, reputados estudiosos del misticismo egipcio, la filosofía, el gnosticismo griego, etc. Era la primera vez que el estudio trascendía los textos sobre culturas muertas y entraba en contacto con la sabiduría de una cultura viva. Los librepensadores florentinos eran apasionados de la Cábala y Miguel Ángel, a sus 13 años, fue expuesto a tales enseñanzas por maestros como Poliziano, Marsilio Ficino y, sobre todo, Pico della Mirandola, gran cabalista y poseedor de la mayor biblioteca sobre Cábala de la historia europea. Miguel Ángel fue un pésimo estudiante de latín, matemáticas o gramática, pero cuando algo llamaba su atención, como sucedía con todas las disciplinas del arte, se transformaba en un tenaz y brillante autodidacta. Y la Cábala captó su interés. 

Una de las figuras de la Capilla Sixtina que más ha llamado la atención de Roy Doliner y Benjamin Blech es la de Aminadab, a quien Miguel Ángel pintó sobre el trono papal y con los dedos de la mano formando la cornamenta del Diablo. ¿Qué pretendía con ello? “Es la cornamenta satánica sobre la cabeza del papa sentado en su trono”, explica Doliner. Además, los trabajos de limpieza dejaron al descubierto que sobre el brazo de Aminadab hay un círculo amarillo, que era el símbolo de la vergüenza que los hebreos fueron obligados a llevar desde el cuarto consejo lateranense (es decir, desde 1215). ¿Por qué Miguel Ángel eligió a Aminadab para señalarle con el sello papal? Según Doliner, “Aminadab significa ‘un príncipe de mi gente’, es decir, de los judíos. Y ¿quién era este príncipe? Obviamente, Jesús. Miguel Ángel quiso subrayar que el Príncipe que ellos adoraban era judío”.
Algunas escenas pintadas por Miguel Ángel forman letras hebreas que, según Doliner y Blech, se asocian a una virtud o vicio cuya denominación empieza por esa letra. Así por ejemplo, la lucha entre David y el gigante Goliat (abajo) forma la letra
Ghimel, de gvurá (orgullo).
Enb la escena que representa a Judit junto a su esclava forma la letra hebrea Chet, de chessed (piedad), raíz fonética de hassidim (judíos observantes).

Tambien han descubierto una extraña relación entre el Zacarías representado por Miguel Ángel en la Capilla Sixtina y el rostro de Julio II. Al parecer, este papa llamó al artista para encargarle que esculpiera su monumento funerario, la mayor tumba construida desde los tiempos de los egipcios. El pontífice quería una pirámide de mármol de Carrara dentro del santuario de la nueva basílica de San Pedro. El proyecto era demasiado grande para la primera basílica, así que, en vez de reducir el tamaño de su tumba, mandó destruir la primera basílica del mundo cristiano para levantar la que hoy conocemos. Y, según explica Doliner, “Miguel Ángel odiaba trabajar en la Sixtina porque para un maestro como él rehacer un techo era un insulto, pero sabía que era el único modo de frenar la realización de la colosal tumba de mármol, pues habría necesitado una vida entera”. Julio II pretendía adornarla con más de cuarenta estatuas de la dimensión del Moisés y coronarla con su propia efigie. Así que Miguel Ángel pensó en convertir la misma Capilla Sixtina en la tumba de Julio II, una tumba bidimensional. Y, como el papa quería su imagen en la cima de la misma, el artista lo representó vestido de Zacarías, de tal forma que el pontífice diera su consentimiento sin problema. No obstante, como signo de rechazo hacia Julio II y su familia, Miguel Ángel pintó detrás una pareja de niños, uno de ellos haciendo un gesto obsceno con la mano.
Todo esto y mucho más podeis observarlo vosotros mismos y hacer una reflexión autodidacta visitando la Capilla Sixtina de forma virtual. Y Asi poder estudiar y aportar nuevos datos sobre este artista unico en su tiempo y en su genero.
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